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Opiniones

¡Hablando con el Papa en Roma!

Publicado

en

Por Tony Raful.-
(A Rita de Moya de Grimaldi)

CIUDAD DEL VATICANO.- La Plaza San Pedro fulgura desde las primeras horas de la mañana, un aliento histórico religioso parece prologar la inminente presencia de su Santidad, el Papa Francisco. Gente de todos los confines del mundo se agolpan en sus intersticios y en sus balconcillos, en el centro dilatado una multitud abigarrada, lanza vivas a su Santidad. El Papa Francisco recorre la plaza, los niños, los jóvenes y los adultos, expresan una alegría inusitada.

Aquel dignatario es humilde, sus palabras son expresiones humanas de su tiempo, asume los gritos de los pobres, los sufrimientos de una humanidad perseguida, extorsionada por forajidos encabritados, bajo el suplicio de las guerras más horribles. El Papa Francisco imparte el amor en una ceremonia de cara al sol, a la luz pródiga y generosa de los cielos.

El Papa corretea entre las multitudes, desciende del pequeño coche que lo transporta, y se confunde con la gente, abraza, bendice, pide por la paz del mundo, por el amor incesante. Delegaciones de los cinco continentes lo abordan. Este Papa es un líder de magnitudes especiales.

Libra batallas contra las inconsecuencias de un sector del Clero, expulsa del templo, como Jesús a los farsantes y violadores, a esa basura moral que pretendió encubrirse bajo el manto de la luz espiritual. Este Papa tiene magnetismo, no hace uso de ninguno de los privilegios que le corresponden, milita en el candor y en una vocación de servicios que impresiona y conmueve.

Estoy en el Vaticano y no dejo de asómbrame, había estado otras veces, pero es la primera ocasión en que siento aletear mi alma. Estuve de visita por los Museos, más de 70,000 obras expuestas en 40,000 m2 de superficie. El Palacio Apostólico, corazón institucional del pequeño Estado de la Ciudad del Vaticano es hermoso. El Papa Francisco, bajo un sol ardiente participa de la ceremonia central, lee textos bíblicos de una vigencia asombrosa.

Es la falta de amor suficiente la causa de todos los males de la humanidad. El viejo ego conspira contra el amor. Situado en un estrecho corredor al aire libre, a mano izquierda del Papa Francisco, una hilera de cardenales africanos y de otras latitudes siguen atentos a su presencia y su mensaje. El Papa abandona el trono, se abraza a los prelados invitados.

De súbito, se encamina de inmediato hacia donde nos encontramos, mi hija Faride, mi esposa Grey y yo. La expectación es intensa. El protocolo del Vaticano, me había concedido el “001”, que correspondía al honor de ser la primera entrevista del Papa con sus invitados. Junto a nosotros apenas en el lateral, algunos invitados más.

El Papa Francisco se aproxima a paso lento, me pellizco para confirmar que no estoy imaginando aquel momento. El Papa saluda como un viejo y entrañable amigo. Presento mis credenciales, mi país, la institución que presido en nombre de seis Estados centroamericanos y el Caribe. Le entrego mi más reciente obra de investigación histórica, “La Rapsodia del crimen”, le comento la misma, y me dice, “he oído hablar de ese Trujillo, era tremendo”, le expliqué los conflictos con la Iglesia Católica dominicana en las postrimerías de su dictadura y las persecuciones a que sometió a sacerdotes y religiosos. Toma el libro en sus manos, y me dice, “Aunque no tengo mucho tiempo, le prometo leerlo”, le respondo, “será un honor recibir su comentario”, me dice, “así será”.

Aproveché para comentarle que en esos momentos, el Volcán de Fuego que rodea la cintura de la ciudad de “Antigua” en Guatemala, declarada patrimonio cultural de la humanidad, estaba en erupción, y llevaba alrededor de cien muertos y 90 desparecidos. Se lamentó y me dijo que promovería la solidaridad con Guatemala y sus víctimas, horas después me enteré que el Papa envió de inmediato una donación económica importante para los damnificados y coordinó una cadena de oración y ayuda por los afectados. La sede del Parlamento Centroamericano está en Ciudad de Guatemala.

Le dije que aunque no era mi potestad hacerlo, le extendía una invitación para visitar Santo Domingo, a lo que me respondió que ya le habían cursado la misma por vía de otros representantes, y que lo agradecía, y esperaba visitarnos. Luego preguntó que cuántos años de casado teníamos mi esposa y yo, cuando le dijimos la cifra, inquirió, “y por favor, quién soporta a quién”, a lo cual estallamos en risa, todos, mientras Grey decía que era ella.

Entonces le presenté a Faride. Le dije que era una fogosa legisladora dominicana, cuya actividad central era la defensa de valores morales y éticos. Faride habló y desarrolló varios temas relacionados con el ejercicio de sus funciones como diputada.

El Papa le dijo que ella estaba haciendo lo correcto, que su labor era necesaria, que tenía que seguir adelante, que no se rindiera, que lo que Faride hacía era lo que había que hacer en todos los parlamentos del mundo. Faride explicó sus tareas y objetivos en la sociedad dominicana. El Papa le dijo que contara con él, e inmediatamente alzó su dedo pulgar en sentido apostólico de victoria y simpatía. Y nos imparte la bendición. Aquello fue espectacular, grandioso.

Luego tuvimos el grandísimo honor de ser recibidos por el Eminentísimo Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de Su Santidad, en la Primera Logia del Palacio Apostólico, la figura de más alto relieve del Vaticano, en término de Estado, después de su Santidad, el Papa Francisco.

También fuimos recibidos por el Reverendísimo Monseñor Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados, una especie de Canciller del Vaticano. Intercambios de ideas, objetivos y criterios regionales se expusieron en estos dos encuentros especiales.

Debo decir que estas figuras solamente están supuestas a recibir Jefes de Estado y de Gobierno y Cancilleres, por lo que fue una distinción que nunca olvidaré, en mi condición de presidente del Parlacen. Junto a mí estuvo el Decano del Cuerpo diplomático de América Latina y el Caribe acreditado ante la Santa Sede, Embajador Víctor Manuel Grimaldi Céspedes, gracias a cuya mediación pudimos concertar la cita con el Papa y con los altos funcionarios del Vaticano. Grimaldi honra la República Dominicana como diplomático, como caballero y como servidor leal del Estado dominicano. Pude comprobar el respeto y la consideración de que goza en el Vaticano y entre todos los representantes de la diplomacia internacional.

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