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Opiniones

Soberbia de las celebridades

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Por Manuel Vólquez.-

“Pienso, luego existo” (“Cogito ergo sum”, en latín), es una frase del filósofo y matemático francés René Descartes (1596-1650), la cual resume su proceso intelectual y filosófico que afirma que la única forma de encontrar la verdad es mediante la razón.

Descartes procuraba establecer una verdad absolutamente evidente mediante un sistema deductivo sosteniendo que el cogito o pensamiento, que son todos los actos conscientes del espíritu, implica siempre duda.

Dudar, según este pensador clásico, es sólo un procedimiento metodológico para encontrar una verdad indubitable, por lo tanto, es una duda metódica y no una postura mental definitiva.

Precisamente, es lo que ocurre con la generalidad de los seres humanos. A veces actuamos espontáneamente, de forma irracional y apresurada, sin pensar en las consecuencias de nuestras acciones. Es decir, existimos y luego pensamos.

Hay momentos que reaccionamos con violencia para luego arrepentirnos de nuestro torpe comportamiento ante los demás.

En un vídeo difundido por las agencias noticiosas y las redes sociales, el Papa Francisco, visiblemente molesto, reprendió a una mujer que le agarró de la mano y le empujó hacia ella, mientras saludaba a los fieles.

El papa Francisco debió adoptar la frase “Pienso, luego existo”, antes de dar el violento manotazo a esa dama, que hasta ese incidente lo idolatraba. Ocurrió durante una visita del pontífice, el 31 de diciembre pasado, en la plaza de San Pedro del Vaticano, después de oficiar la última misa de 2019.

En esa ocasión, existió como persona, pero no pensó que tenía a su alrededor una batería de periodistas que seguían cada movimiento y grababan para difundir cada acción suya.

Como era de esperarse, su violenta reacción originó comentarios en el mundo de diversas índoles, sobre todo porque una figura de ese nivel siempre promueve paz, armonía y respeto, no dar indicios de soberbia ni intolerancia de manera pública.

Es normal que desde una multitud alguien pretenda tocar las manos de una celebridad como el Papa, que se dice que represeta a Dios o a San Pedro en la tierra (¿…?).

El 1 de enero, el papa Francisco pidió perdón por haber «perdido la paciencia» y por el mal ejemplo que dio durante su encuentro con la decepcionada dama.

“Pido disculpas por el altercado de ayer”, dijo antes de rezar el Ángelus. Lo menos que podía hacer era disculparse, pues se trató de un incidente de mal gusto.

Claro, él es humano con derecho a equivocarse. Los humanos no somos perfectos, pero su actitud contrasta con las constantes prédicas suyas contra la violencia.

Pienso que esa escena no hubiera sucedido si la seguridad papal interviene. Los guardaespaldas se mantuvieron detrás de éste mientras saludada a los feligreses, muy cerca de la barrera de protección.

Eso suele ocurrir también con otras personalidades, especialmente los artistas cuando asisten a los conciertos y los políticos.

Recuerdo que el cantante de reggaetón dominico-puertorriqueño Ozuma (Juan Carlos Ozuna Rosado) pasó un mal rato en el 2019 durante la Premier de una película en la cual actúa. Una seguidora lo tomó de un brazo y lo haló hacia ella. La oportuna intervención de la seguridad, lo sacó del apuro. Obvio, él lo tomó como algo normal y no manoteó.

Para evitar esos incidentes, la tarima de los artistas en los conciertos siempre se coloca a una distancia prudente, con barreras, respecto al público, pues las mujeres enloquecen con esas celebridades y hacen lo posible por abrazarlos, besarlos, y otras diabluras e incluso tomarse fotos. Además, es un asunto de seguridad.

Los líderes políticos asumen similares medidas después de llegar a la Presidencia de la República. Son precauciones atinadas porque los presidentes tienen muchos enemigos y cualquiera puede atentar contra sus vidas. Preveer es sobrevivir.

Cuando están en campaña abrazan a la gente, sobre todo a las mujeres, cargan a los niños y hasta comen algo en los negocios informales ubicados en las playas donde concurren los electores más pobres e ingenuos. Se olvidan de la seguridad para darse «un baño de pueblo» y evitan enojarse en público (en privado son otra cosa) a causa de las impertinencias de algunas personas.

En esas circunstancias asumen riesgos de vida a base de una bien disimulada cordura. Son estrategias bien calibradas. “Pienso, luego existo”, a lo René Descartes.

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