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EL YO ATORMENTADO: LA PSICOLOGÍA Y LA RESPONSABILIDAD CIVIL (3 de 4)

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POR NICANOR RODRIGUEZ TEJADA.-

Cuando se desarrolla una disociación estructural terciaria, tenemos una división de la personalidad aparentemente normal, imputándose el mismo acontecimiento para la personalidad emocional del afectado, estableciéndose así aspectos que tienden a desencadenar recuerdos traumáticos, los cuales se obtienen mediante el aprendizaje por generalización, lo que se produce cuando un estímulo semejante al estímulo condicionado, produce una respuesta condicionada sobre el efecto tratado, esto sucede cuando se procura alterar una lesión producida por el efecto traumático producido, procurando un cambio a través de la terapia.

En los niveles de la disociación estructural y los diagnósticos que el DSM IV contiene y que son herramientas básicas a los fines de establecer los diferentes niveles en los parámetros señalados, sobre las variables evaluadas, esto así, porque toda experiencia traumática incluye cierta dimensión de traumatología, destacándose el trastorno por estrés agudo y el TEPT de tipo simple, como lo más básicos y con el trastorno disociativo de la identidad -TDI- que es el más complejo en lo comentado en este trabajo.

Cuando las victimas de traumas con carácter crónicos se presentan a su vez una serie de trastornos mentales vinculados con la traumatización y los efectos neurobiológicos asociados, es de entender que mientras más amplia sea la disociación más gravitará el trastorno, como es lógico suponerlo dada la naturaleza de los hechos involucrados.

En las diferentes categorías encontramos las diferencias establecidas con mayor discrepancia, en el caso de la disociación primaria encontramos los tipos simples de trastorno por estrés agudo, simple por estrés postraumático y los tipos de trastornos disociativos, categorizado por el DSM-IV, así como lo previsto por el Clasificación Internacional de Enfermedades décima versión (CIE-10).

En cambio, en la disociación secundaria encontramos el trastorno por estrés postraumático, tipo complejo, el por estrés graves no especificado, trastorno límite de la personalidad relacionado con experiencias traumáticas, así como los trastornos complejos y disociativos del –CIE-10, en la traumatizacion terciaria encontramos el trastorno disociativo de la identidad, es donde encontramos una disminución de los efectos que intervienen en los trastornos, debido a que la dos primera son la que intervienen con más inclusión o determinación.

Es propicio entender que los niveles de trauma complejos de adultos que fueron crónicamente maltratado en la época de niños, desarrollan una personalidad de carecer de cohesión y coherencia normales para el desenvolvimiento propio de un adulto sano. En los niños esta anormalidad se desarrolla, disminuyendo la capacidad emocional de controlar las emociones y las experiencias difíciles, lo que en cambio demanda de mucho apoyo para superarlo.

En este sentido (cf. Gold, 2000) por medio de investigaciones a establecido que las personas con padecimiento crónico nunca le enseñaron como desarrollar estas habilidades, por lo tanto carecían de un apoyo emocional en momento de estrés.

Un trauma en un paciente implica un obstáculo e interrupción en el progreso natural en el comportamiento de su desarrollo psicobiologico de su personalidad, definiéndose como estados conductuales separados.

Esto explica porque un déficit crónico de integración se debe principalmente a la combinación de inmadurez en las estructuras y funciones cerebrales, las cuales son responsables de la integración (Glaser 2000), así como a una regulación psicofisiológica inadecuada por parte de los ciudadanos en la insuficiencia de consuelo, tranquilizante y modulación (Siegel 1999).

Las acciones configuran el sentido de la vida, sea para bien o para mal, pero las acciones no tienen que ver exclusivamente con las conductas, también constituyen esfuerzos mentales esenciales. Toda conducta, salvo la más refleja, se encuentra guiada por una multitud de acciones mentales, como es el caso de poder planificar acciones, predecir, pensar, sentir, fantasías, o deseos. Las acciones conductuales incluyen una síntesis de acciones mentales y acciones motrices. Las acciones mentales y las acciones conductuales pueden ser adaptativas o no serlo. Nuestra preocupación en relación a las víctimas de experiencias traumáticas consiste en fomentar su capacidad de elevar el nivel adaptativo de sus acciones.

Janet (1926 a 1938) sugirió varios niveles de tendencias de acción de orden inferior, intermedio y superior. Las cuales se conocen como la jerarquía de las tendencias de acción. Esta jerarquía es útil en la práctica clínica, dado que ayuda al paciente y al terapeuta a comprender que acciones precisan mejorar y cuales se encuentran en niveles superiores.

Las tendencias de acción de orden inferior son automáticas y relativamente simples, incluyendo con frecuencia acciones reflejas, aquellas que son reactivas y más bien automáticas en lugar de estar cuidadosamente consideradas. Las acciones reflejas son necesarias en las situaciones en que es útil, la conducta más automática, conducir o vestirse, pero no son substitutos adecuados de las acciones de orden superior, como es pensar detenidamente y decidir qué vamos hacer cuando nos hieren emocionalmente. En la vida moderna suele incluir situaciones complicadas que requieren respuestas complejas y flexibles. En razón de ello, las tenencias de acción de orden superior suelen ser habitualmente las más adaptativas en dichas situaciones.

En este sentido vamos a describir los cambios recibidos por un paciente, luego de dar inicio a la terapia, por lo tanto experimento significativo cambio, comenzando con modificar su actitud con sus acciones, como se transcribe; es el caso citado de la “paciente Allison, con antecedentes de abusos graves, se golpeaba la cabeza contra la pared o daba puñetazos en la pared tan pronto como sentía alguna emoción intensa, siendo incapaz de permitirse sentir, ni pensar en estas emociones. Las tendencias de acción de orden superior son creativas y a menudo complejas, lo que requiere muchas acciones mentales. A lo largo de la terapia Allison fue aprendiendo gradualmente a detenerse cada vez que sentía un impulso de golpear la pared, recurriendo ocasionalmente a detenerse a golpear una almohada como otra posible alternativa, y se pudo permitir sentir. Finalmente fue capaz de hablar de sus sentimientos y de resolverlos, acciones que eran mucho más complejas y creativas que dar golpes contra la pared”.

Al margen de su nivel de complejidad, las tendencias de acción tienen una serie de fases o etapas de activación que abarcan, la planificación, el inicio, la ejecución y la finalización de acciones, ya sean estas mentales o conductuales. Saben planificar, pero no son capaces de empezar; o saben empezar, pero no saben acabar; o sus acciones pueden adolecer de la adecuada calidad. Tales problemas indican que la persona no tiene la suficiente energía mental o la capacidad adecuada para focalizar dicha energía con objeto de lograr finalizar y consumir diversas acciones mentales y conductuales.

En el nivel mental, los niveles más elevados de tendencia de acción a los que una persona puede acceder en un momento dado lo llamamos su nivel mental (Janet 1903-1928b). El nivel mental de una persona incluye dos factores que se encuentran en una relación dinámica reciproca: la energía mental (y física) disponible y la eficiencia mental (a esta última Janet la llamaba tensión psicológica, expresión que puede malinterpretarse fácilmente dado que asociamos “tensión” con estrés, lo que no era la intención de Janet al utilizar este término). Así la expresión nivel mental indica la capacidad de focalizar y utilizar eficazmente la energía mental al alcance en un momento dado. La eficiencia mental incluye el concepto de capacidad de integración.

La posibilidad de acceder a un nivel mental elevado es, pues, fundamental las víctimas traumatizadas tienen dificultades en alcanzar y mantener niveles mentales superiores, al margen de la cantidad de energía mental que tenga a su alcance. La traumatización implica una fijación o una regresión a niveles indebidamente bajos de tendencia de acción y, por implicación, a niveles mentales bajos, en relación cuanto menos con algunas partes de la personalidad.

Existen tres problemas importantes relacionados con la energía mental y la eficiencia mental: a) baja energía mental; b) insuficiente energía mental; y c) desequilibrios entre la energía y la eficiencia mental. Las acciones adaptativas suelen requerir generalmente muchas energía física o mental. Muchas de las víctimas funcionan a un nivel cercano al agotamiento que les brinda una energía mental escasa, bien porque tratan de hacer demasiadas cosas y se cansan, o porque están demasiado deprimidos como para esforzarse por hacer nada. La enfermedad física, que acompaña con frecuencia a muchas de las víctimas traumatizadas, también reduce la energía mental.

En tales casos, la energía mental es insuficiente, aunque en principio la persona pueda tener una adecuada eficiencia mental para llevar acciones a cabo. Un segundo problema está relacionado con la insuficiente eficiencia mental, aunque el individuo pueda tener la suficiente energía mental para realizar una tarea o una acción dada. En los individuos disociativos, el nivel mental puede variar hasta cierto punto en cada una de las partes disociativas de la personalidad.

Un tercer problema en relación con las acciones adaptativas suele deberse ya no únicamente a un déficit de habilidades emocionales y relacionales específicas, sino que incluye un impedimento más amplio que por lo general no suele identificarse ni tratarse explícitamente con la terapia. Se trata del problema del desequilibrio entre la cantidad de energía mental disponible y la calidad de la utilización de dicha energía mental con objeto de aprender una acción adaptativa en el momento actual, cuando se conoce que existen diversa energía mental y deficiencia mental en una persona en diferentes circunstancias.

Un terapeuta suele tratar de ayudar al paciente intuitivamente, sin demasiada claridad, a elevar su eficiencia mental a fin de que pueda potenciar su energía mental. El interés fundamental reside en la forma de como evaluar sistemáticamente el nivel mental del paciente y como mejorar y regular su eficiencia y energía mental, ayudándole con ello a realizar acciones mentales y conductuales adaptativas, con este criterio el terapeuta alienta y estimula al paciente a planificar, iniciar, desarrollar y finalizar diversas acciones mentales y conductuales en niveles graduales, proporcionado una actividad más elevada cada vez.

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