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Opiniones

La tragedia del Jet Set quedará grabada para siempre en la historia de RD

Publicado

en

Por Manuel Medrano
(Presidente de The Bridge Career Consulting-
Un dominicano en la diáspora de Nueva York)

NUEVA YORK.- Ese día, 8 de abril de 2025, por primera vez en nuestra memoria contemporánea, más de 13 millones de dominicanos, repartidos por cada rincón del planeta, lloramos juntos. Lloramos no solo por las víctimas del trágico evento en el Jet Set, sino porque con ellas se fue una parte de todos nosotros. Ese día, no solo murieron quienes estaban presentes, también cayó herido un pueblo entero, abatido por el dolor y el desconcierto.

La dominicanidad esa fuerza que retumba desde los callejones del Cibao hasta las avenidas de Nueva York, ese merengue que vibra en los huesos, ese acordeón que no pide permiso para entrar en el alma, esa bachata que canta nuestras penas y nuestras glorias se quedó en silencio. Por primera vez, las luces bajaron y lo que mejor sabemos hacer: sonreír, bailar, abrazar… se transformó en llanto compartido y consuelo colectivo.

Hoy, no hacía falta haber conocido personalmente a una víctima para sentir el golpe. Solo hacía falta ser dominicano. Porque todos perdimos algo. Perdimos a nuestros hermanos, aunque no supiéramos sus nombres. Perdimos nuestra alegría, aunque solo fuera por un momento. Perdimos el aliento, pero no la esperanza.

Y es ahí donde se muestra lo más profundo de lo que somos.

En medio del dolor, emergió la esencia del pueblo dominicano: solidario, valiente, profundamente humano. Surgieron palabras de aliento en cada esquina. Abrazos de vecinos que no conocíamos, se sienten como familia. Donaciones de manos que no tenían mucho, pero ofrecieron todo. Un ejército de corazones buenos se movilizó para donar sangre, entregar alimentos, orar en voz alta y en silencio.

Los jóvenes abandonaron sus rutinas para correr al lugar de la tragedia. Desde Madrid hasta Tokio, en cualquier rincón donde late un corazón dominicano, nació una oración, una vela encendida, una mano extendida.

Esta tragedia tocó a todos por igual: ricos, pobres, empresarios, trabajadores, niños, ancianos… Y nos recordó una verdad que solemos olvidar: ante el dolor y ante Dios, todos somos iguales. Aunque cuesta entenderlo, aunque no sepamos por qué, seguimos creyendo que Dios es amor, que sigue siendo bueno, que en medio del caos su luz no se apaga.

En estos días, vimos lo mejor de nosotros. Dominicanos dejando sus carros en casa para darle paso a ambulancias. Iglesias, parques, casas convertidas en espacios de consuelo. Personas cediendo recursos, tiempo, fe. Una nación entera orando como una sola voz.

Porque ser dominicano no es solo nacer en una isla bañada de sol. Ser dominicano es una manera de ser, de vivir, de sentir. Es una sonrisa que no se rinde, es el café que se comparte, es la risa que se cuela entre lágrimas. Es la hermandad en su forma más pura.

Como dijo Pedro Mir:
«Si alguien quiere saber cuál es mi patria, no la busquen, está ubicada en el mismo trayecto del sol, donde todos la pueden ver.»

Hoy, la nación llora. Pero también se abraza. Y se levanta.

Porque ser dominicano es eso:
Caer juntos. Llorar juntos. Y levantarnos… siempre juntos.