Opiniones
Despidiendo mis cuatro décadas

Por Carlos Rojas.-
Caminar por la vida en armonía y paz es un acto de valentía y de profunda conciencia. Es reconocer que, en medio de la vastedad del universo, somos seres con la capacidad de elevarnos por encima de las sombras de la mediocridad y la trivialidad, para encontrar en nuestro interior la verdadera grandeza. La paz no es simplemente la ausencia de tormentas, sino la armonía que nace del alma que entiende su propia dignidad y su potencial infinito.
En un mundo donde la maldad y la traición a menudo parecen ocupar el escenario principal, recordemos que la verdadera fuerza reside en la capacidad de mantener la integridad frente a la simulación y la máscara. La máscara del que oculta su vacío tras una sonrisa falsa, del que traiciona con engaños, revela una profunda carencia de espíritu. Pero el alma que busca la verdad, que se esfuerza por comprender la razón de su existencia, no se deja arrastrar por la sombra de la mediocridad. Ella sabe que el hombre, en su esencia más pura, es un ser en constante devenir, en busca de elevarse, de trascender las limitaciones impuestas por la ignorancia o la pusilanimidad.
El verdadero poder no está en la fuerza bruta ni en la capacidad de dominar a otros, sino en la fortaleza de aquel que, con humildad, respeta y comprende. Responder con amor y respeto ante la maldad, no significa aceptar la injusticia, sino reconocer en cada acto una oportunidad para reafirmar la propia dignidad. La grandeza del alma no radica en la posesión de poder, sino en la nobleza de espíritu, en la capacidad de mantenerse firme en la verdad pese a las adversidades, en la voluntad de ser luz en medio de la oscuridad.
El hombre que se aventura a conocerse a sí mismo, que no se conforma con la mediocridad de la existencia superficial, es aquel que, como Pico de la Mirándola, despliega las alas de su espíritu para explorar las alturas del conocimiento y la virtud. Y como nos enseñó José Ingenieros, no basta con no ser mediocres; debemos aspirar a la grandeza, a la nobleza del carácter, a la elevación del alma.
Al final, la verdadera grandeza reside en la capacidad de ser un faro de luz en un mar de sombras, en mantener la pureza del corazón y en cultivar la resiliencia interna ante las pruebas humanas. Porque en un mundo donde muchos utilizan a los demás para su conveniencia, la verdadera victoria del espíritu radica en proceder con respeto, en elevarse por encima de la mediocridad y en recordar que, en la búsqueda de la verdad y la belleza, encontramos nuestro destino más sublime.
Actuar siempre con fe en Dios y confianza en tu próximo paso, que cada escenario sea la oportunidad de ser un mejor ser humano. Con esta reflexión, me despido de los cuarenta años y doy la bienvenida a la década de los cincuenta, con la certeza de que aún tengo mucho por aprender, mucho por crecer y mucho por seguir elevando mi espíritu.
Quiero citar al gran Franz Kafka:
«En medio del caos, siempre hay una oportunidad para encontrar en uno mismo la fuerza necesaria para seguir adelante, para convertir la incertidumbre en esperanza y la desesperación en una nueva oportunidad.»
Confieso que el camino del aprendizaje nunca termina, y que cada día es una nueva oportunidad para acercarnos un poco más a esa plenitud que todos buscamos.
