Opiniones
La palabra como resurrección

-Sobre el regreso a la escritura, la crítica y el arte como compromiso con la vida, con la fe y con el país-
Por Danilo Ginebra (*)
Volver a escribir no es nostalgia, es obediencia. Regresar al arte, hoy más que nunca, es un acto de fidelidad a lo que soy, como un gesto consciente de quien ha entendido que la palabra tiene un propósito, una misión, un testimonio.
Y más aún cuando el país sigue de luto. Cuando apenas terminamos de contar nuestros muertos y de remover los escombros del dolor común. Cuando la memoria —que en esta tierra duele más de lo que enseña— exige que la palabra no se aparte. No ahora. No otra vez.
Estamos en Semana Santa. Hoy celebramos la Resurrección. Una palabra luminosa, potente, para quienes creemos sin negar la cruz, sino cruzándola. Quizá escribir de nuevo también sea eso: mirar de frente las heridas y no rendirse al silencio. Porque entre el Viernes Santo de un país que aún sangra y el Domingo de Gloria que tanto anhelamos, nos toca seguir caminando con la cruz al hombro y los ojos puestos en la esperanza.
¿Por qué volver a la crítica propositiva, al arte, a la escritura pública después de años de silencio? Me lo preguntan colegas, amigos, lectores. La respuesta no es sencilla, pero para mí es clara: no vuelvo por añoranza, sino por coherencia. Porque hay momentos en que callar equivale a claudicar. Y yo he elegido estar. Estar de pie, como María junto a la cruz. Estar presente, como los discípulos en el sepulcro vacío. Estar fiel, como quien no renuncia a su llamado.
Durante más de cuatro décadas, el teatro ha sido mi lenguaje, mi espacio de pensamiento y acción. Allí no solo encontré expresión, sino sentido. Porque el arte no es evasión: es forma de intervenir la realidad, de denunciar lo que duele, imaginar lo que falta, defender lo que aún resiste. Porque el teatro, bien hecho, no solo entretiene: también desnuda la conciencia humana y, a veces, la redime.
Y a quienes aún me preguntan “¿por qué ahora?”, les digo: porque escribir no es un acto solitario. Porque uno escribe para quien lee. Y yo tengo el privilegio de contar con ustedes: amigos lectores, artistas, cómplices del pensamiento.

Escribo para abrir caminos. Para recuperar una crítica propositiva que no sea complaciente ni tibia, sino lúcida, valiente, despierta. Una palabra que no tema incomodar, pero tampoco renuncie a conmover. Que piense con rigor sin perder la ternura, que proponga sin dejar de denunciar.
No regreso como juez. Vuelvo como servidor. Como alguien que ha habitado el escenario y conoce sus fragilidades. Mis pensamientos no buscan sentencias, sino encuentros y propuestas. Vuelvo a contar también nuestras historias, como la del grupo de teatro contestatario Gratey, cuyos pasos marcaron una generación. Y no solo escribiré: dirigiré teatro, crearé escena. Porque la palabra también se encarna, y el pensamiento también actúa.
Pensar críticamente también es un acto de fe: creer que el arte puede ser más valiente, más honesto, más necesario. Y eso requiere una ética: reflexión sin rigidez, empatía sin concesiones, análisis sin soberbia, propuestas como puentes de redención.
Vuelvo porque me lo pidieron quienes me aman: mis hijos, especialmente Mariel y Dara, mi amiga-hermana la actriz y declamadora Yanela Hernández. Me recordaron que no basta con sembrar y cultivar la tierra en silencio. Que también debo parir desde la palabra. Y como padre, como amigo, como creyente, las escuché.
Aquí estoy: entre montañas y aguacateros, entre arte y escritura, activando la vocación, reencontrando la voz. En manos de Dios dejo mi destino, mis pasos y este camino desafiante, pero necesario, de escribir con el alma y con el rigor que la Verdad exige. Ese es mi compromiso.
Y a quienes aún me preguntan “¿por qué ahora?”, les digo: porque escribir no es un acto solitario. Porque uno escribe para quien lee. Y yo tengo el privilegio de contar con ustedes: amigos lectores, artistas, cómplices del pensamiento. Escribo porque hubo voces que no me dejaron rendirme. Porque cada línea nace desde la gratitud: a ustedes que nunca me soltaron del todo. Porque el arte corre el riesgo de volverse espectáculo vacío, y la cultura, una vitrina sin contenido. Yo vuelvo para resistir eso. Para estar presente.
Vuelvo con la palabra en alto, con el corazón abierto y con una esperanza terca, pero viva: la de que todavía vale la pena decir lo que importa. Y decirlo con franqueza. Con fe. Con amor. Y con la certeza de que, en este tiempo de resurrección, la palabra también puede ser camino, verdad y vida.
(*) El autor es director de teatro, publicista y gestor cultural, reconocido por su innovación y compromiso con los valores patrióticos y sociales. Su dedicación al arte, la publicidad y la política refleja su incansable esfuerzo por el bienestar.
